En estos días estoy trabajando en el contenido de nuestro primer programa dirigido a mujeres que tienen personas a su cargo y quieren convertirse en las mejores líderes para sus equipos. Leyendo, releyendo y reflexionando sobre mi experiencia, me puse a pensar en las principales lecciones de mi propio camino y quiero aprovechar la Travesía de hoy para compartirlas con ustedes.
A mi me tomó varios años de trabajo, y varios trabajos, llegar a ser líder - al menos oficialmente - de alguien más. De hecho, la primera persona que contraté y me reportó formalmente fue Andrea, practicante de 21 años que quería descubrir el mundo del impacto social y llegó cuando Laboratoria apenas nacía para acompañarme en cada paso del camino. Yo tenía 28 y poca idea de cómo ser “jefa” de alguien más. Hasta ahora me acuerdo de la incomodidad de los primeros días: ¿será que tengo que pretender saber qué debemos hacer y ser su guía?.
En mis trabajos anteriores había siempre sido lo que llaman una contribuidora individual. Parte de un equipo dónde alguien más era responsable de trazar el norte, la estrategia, y acompañarnos a cumplirla. Si bien creo que ejercí un liderazgo importante en estos roles, no llevaba la responsabilidad en mis hombros del desarrollo de otras personas.
La honesta verdad es que no me fue fácil empezar a llevarla, pero sin querer queriendo, conforme Laboratoria fue creciendo también fui creciendo yo. Pasé de liderar solo a mi querida Andre a un equipo de 20 personas al año siguiente, y una organización de más de 120 personas un tiempo después. Por buena parte de estos años me sentí algo insegura en mi liderazgo. ¿Seré una líder querida?, me preguntaba con frecuencia. Gracias al paso del tiempo, a la confianza que da la experiencia, y al valor del feedback que fui recibiendo, un buen día me di cuenta que estaba cómoda en esta nueva piel. Me dejé de preguntar tanto si soy querida. Me dejé de enfocar tanto en qué piensan los demás de mi. Me dediqué a ser más yo misma, a apoyarme sin miedo en mis personas cercanas y a confiar en mi.
Las lecciones son muchas, pero hay tres aprendizajes que me han ayudado de manera particular a crecer como líder y sentirme más cómoda en este camino.
Primero, empezar a verme a mí misma como líder.
En uno de nuestros primeros posts en Travesías compartí la historia de cómo con el crecimiento de Laboratoria me había costado entender que muchas decisiones ahora eran mi responsabilidad, y empezar a reconocerme como una persona con liderazgo e influencia. Tuve que transformar la percepción que tenía de mi misma. Lo hice poco a poco, pidiendo la perspectiva de los demás y reconociendo mi valor y aporte en sus trayectorias. Fui construyendo una nueva identidad en la que me reconocía como líder. No fue fácil, pero algo tengo claro hoy: es imposible liderar a otros si antes no estamos convencidas de que somos líderes. Es requisito sentirte líder para poder serlo.
Segundo, aprender a exigir un alto estándar desde el cariño.
La excelencia es un valor muy importante en mi vida. Me gusta hacer las cosas bien; hacer trabajo del que me pueda sentir orgullosa. Antes de tener equipos a mi cargo, mi responsabilidad era solo mi trabajo - si el de mi colega no estaba a la altura, realmente no era mi problema. Cuando empecé a liderar personas me di con el reto de ser responsable de trabajo de mi equipo que distaban de lo que yo esperaba. ¿Cómo le digo que esto no tiene la calidad a la que aspiro sin herir sus sentimientos? Muchas veces, por no querer “hacer sentir mal” a nadie, terminé haciendo yo el trabajo de otros. No era consciente que lejos de hacerles un bien, les estaba quitando oportunidades de crecimiento.
Con el tiempo aprendí que empujar a las personas a crecer es una de mis principales responsabilidades como líder, sobretodo si quiero ser una líder que genuinamente valora a su equipo. Esto implica estar dispuesta a dar feedback de manera continua, a inspirar con el ejemplo mientras entrego la responsabilidad. Aunque a veces pueda ser incómodo para mi (aunque como todo, con la práctica te acostumbras!), es lo que mi equipo merece. También aprendí que mi estándar no siempre es el correcto ni el mejor. Para tener un equipo de alto rendimiento es mucho más efectivo construir la expectativa que tenemos de todos en conjunto.
Tercero, asumir el impacto de mi voz y mi influencia.
No recuerdo exactamente cuándo pasó pero en algún momento en mi camino como líder me di cuenta que las personas me escuchaban más que a otros. Mi voz tenía peso. Identifiqué que lo que decía - a veces a la ligera, sin haberle dado demasiadas vueltas - era tomado por mi equipo como un comando serio. Sin haber tomado plena conciencia de ello, todo lo que decía o hacía tenía una influencia. En retrospectiva, creo que me demoré mucho tiempo en darme cuenta de esto. En parte porque no terminaba de reconocer mi propio liderazgo, me costó también reconocer, y luego aceptar, mi influencia.
Comprender el impacto de mis palabras y acciones, y aprender a sentirme cómoda con este ha sido crucial para ejercer un liderazgo activo y a la vez inclusivo. Me ha ayudado a crear culturas de equipo donde buena parte de las decisiones las tomamos colaborativamente. Donde las personas, sin importar su rol, tienen voz para cuestionarme a mi y a otros líderes. Donde si bien sería iluso decir que mi voz no pesa más que otras, se escuchan otras, y soy consciente de abrirles espacio proactivamente.
“Un líder es alguien que toma responsabilidad por encontrar el potencial en las personas y los procesos, y que tiene el coraje de desarrollar ese potencial”.
Brené Brown, Dare to Lead
Convertirnos en mejores líderes para nuestros equipos es nuestra responsabilidad y está en nuestras manos. Es un camino que no tiene fin, y eso es parte de lo que lo hace especial. Liderar es, al final del día, hacer a las personas y las situaciones mejores, y es un gran privilegio tener la oportunidad de hacerlo.
A las que quieran recorrer este camino de aprendizaje en compañía, las esperamos en nuestro programa Liderando Equipos que parte el próximo martes 22 y estamos armando con todo el cariño.
Un abrazo,
Mariana