La Travesía de hoy la escribe nuestra querida Belen, Product Manager en Laboratoria+
El año pasado fue mi año de inflexión. Durante mucho tiempo me la pasé siempre ocupada, preocupada, haciendo todo lo que podía y debía en lo laboral, en lo personal y en cada área de mi vida. Para mí, estar ocupada era sinónimo de aprovechar la vida al máximo. Vivía con ese sentimiento de que no se te puede escapar ni un minuto. Sentía hasta cierta satisfacción al llegar a la noche exhausta y levantarme al día siguiente aún más cansada. ¿Suena familiar?
A inicios del año pasado, en medio de toda esta vorágine, decidí irme a vivir a Portugal. Hasta aquí todo suena genial, pero cambiarse de país tiene miles de matices. Al principio todo es medio romántico, pero luego empiezas a extrañar todo, incluso aquello que antes no tomabas en consideración.
No cambié nada; seguí con el mismo ritmo. Solo me tomé una semana de "adaptación" y continué con todas mis actividades. Adapté mi horario de trabajo a las horas de Latinoamérica para estar más presente con el equipo. Luego se me ocurrió comenzar una maestría en Barcelona en formato híbrido, así que viajaba al menos una o dos veces al mes. Estudiaba en la mañana y trabajaba en la tarde mi horario completo. Llegaba la noche y solo quedaban unas horas para estudiar y dormir.
Mirando atrás, claramente esta fue una muy mala combinación. Entre el cambio de vida, la adaptación a un nuevo país, estudiar, trabajar y, obviamente, las responsabilidades del día a día, comencé a sentirme bastante triste. Sentía que nada tenía mucho sentido y todo lo bueno a mi alrededor lo empecé a ver con todo lo "malo" que traía. Colapsé emocionalmente y creo que por primera vez me sentí absolutamente sobrepasada. Como es normal, y el cuerpo tiene su sabiduría, comencé a entrar en modo piloto automático y todo me empezó a costar más. Fue ahí cuando pensé: bueno, creo que tengo que hablar con alguien. Llamé a mi pareja y a mi psicóloga y comencé a vivir un nuevo proceso.
Reencontrando la calma
El principal espacio donde sentí que ya no podía más fue en mi trabajo. Fue súper triste para mí darme cuenta de que no tenía motivación para el día a día, y bueno, llevo ya más de 8 años trabajando en el mismo lugar con personas que quiero y admiro. Hasta las cosas más obvias y simples no se me ocurrían. Recuerdo muy bien cuando hablé con mi líder y le dije, a grandes rasgos, que no podía rendir muy bien y que no iba a poder hacerlo, que haría hasta donde pudiera sin descuidar mi día a día. Recibí—y no me sorprende—una respuesta muy humana y cercana. Me hizo ver la cantidad de cambios que había hecho en muy poco tiempo y que era normal bajar el ritmo y no rendir como de costumbre. Creo que me quité mil kilos de encima en esa llamada; fue liberador hablar y que me escucharan. Aunque no di tantos detalles, fue suficiente para dar mi primer paso, que fue entrar en el descanso mental.
Me propuse hacer del descanso algo real en mi vida, y aquí no solo hablo del descanso físico. Realmente me refiero a descansar tus pensamientos y emociones, a tener tiempo para entender qué está pasando y por qué estás pensando en aquello que te consume energía vital. En este proceso me acompañó mi psicóloga y, como cada terapia tiene su corriente, esta vez fue algo mucho más holístico y completo para mí. Encontrar el descanso no es una fórmula secreta ni algo que solo algunas personas pueden lograr. Todas podemos encontrarlo en el día a día. Y sí, es genial tener vacaciones desconectadas del mundo en una isla desierta, pero aunque eso fuese posible, luego hay que volver a la rutina y rápidamente se pierde ese descanso.
Este año ha sido totalmente diferente para mi. Tengo una tranquilidad y manejo de mis tiempos y pensamientos como nunca antes los tuve. No solo por recibir un acompañamiento más cercano, sino porque también incorporé pequeños cambios que han hecho una gran diferencia. Es 100% posible descansar de tu día a día, independientemente de cuántas cosas estén pasando alrededor. Obviamente, hay momentos más desafiantes que otros, y esto que comparto es apenas una pequeña parte de mi historia que como todas, tiene muchos más matices.
Aprendiendo a estar presente
Hoy quiero compartirles lo que me ha ayudado a estar más presente, más plena y, sobre todo, más descansada. Y sí, dejar de sentir culpa al descansar debería ser el primer paso.
Lo primero que incorporé en mi día a día fue dedicar 5 minutos (sí, leíste bien), solo cinco minutos a una meditación o, si prefieres, a una sesión de respiración. Si nunca lo has hecho, te pasará como a mí: sentí que estaba eternamente respirando sin que los minutos pasen (pensando en los mensajes por responder y en qué ropa iba a usar). Una comienza su día tomando el celular, mirando correos o mensajes…no alcanzas a despertar y ya estás en actividad. La siguiente frase que una dice es: "Es que no tengo tiempo". Pero sí, sí tienes 5 minutos.
Busca un lugar en tu casa que te permita tener esos 5 minutos, cualquier lugar; no tienes que estar mirando el amanecer o la montaña, no tienes que cerrar los ojos o tener una postura especial. Solo sentirte cómoda, estar en silencio sin distracciones y simplemente respirar. Verás que al hacerlo cada día, tus pensamientos e incluso tu respiración irán cambiando. No hagas como yo, que intenté hacer más de 5 minutos la primera vez. Luego, si puedes, incorpora 5 minutos en la noche antes de dormir.
Lo segundo, no usar el teléfono hasta después de mi meditación/respiración. Créeme que esos reels van a estar ahí esperando, el mensaje de tu jefe también. Este ha sido uno de los cambios más radicales que he adoptado: dormir con el celular guardado y despertarme sin mirarlo. Si eres de mi tribu y piensas que algo malo va a pasar y que no pudiste responder a tiempo, créeme que hay varias formas de ubicarte si es vital y necesario (acá una aclaración: hay momentos en la vida en los que toca estar pendiente del teléfono; obvio, no es necesario dejarlo si es el caso), pero lo que sí puedes hacer es reducir la interacción poco a poco. La cantidad de información que leemos y recibimos al despertarnos y al acostarnos no es algo que nos haga un favor, y nuestro cerebro queda mucho más alterado de lo normal. Solo haz la prueba una semana y verás cómo la cantidad de pensamientos se reduce y sí te queda más tiempo :)
Y por último, camina. De nuevo, no necesitas mucho tiempo; solo comienza con 10 minutos. Camina sola, camina sin música, sin podcast, solo camina o haz alguna actividad en la que solo estés tú. Si te gusta correr o simplemente estar en tu sofá, hazlo, pero sin ninguna otra distracción. Para mí, caminar sigue siendo una actividad simple y muy buena para el cuerpo y la mente. Aclara mis pensamientos, me ayuda a descansar del ruido y del uso excesivo de las pantallas. Tomo mejores decisiones caminando y me siento más conectada.
Comparto esto porque muchas veces nos engañamos; sentimos que estamos tan ocupadas que ni tiempo para caminar o estar en silencio tenemos. Pero la verdad es que sí, sí se puede. No genera ningún gasto extra ni necesitas miles de otras herramientas; solo necesitas estar y darte el tiempo que necesitas. Esto es algo para ti, ha sido algo para mí, que me ha ayudado a entender que el ritmo del día a día puede tener pausas, puede ser con más calma y, sobre todo, saber que me estoy cuidando y no llegar nuevamente a un punto que sea de difícil retorno.
En esto, quiero agradecer a mis compañeras y compañeros que, sin saberlo, estuvieron ahí el año pasado haciendo un poquito más. Gracias a Rodulfo, mi líder, que me ha acompañado a lo largo de varios años y que, con su liderazgo y empatía, pudo darme aliento en el momento que lo necesité.
Y para todas las que nos leen, espero de corazón que encuentren descanso en su día a día y que esta pequeña historia sea de ayuda para comenzar a hacerlo.
¡Abrazo!
Belen
Que hermoso relato, Belen. No sabía que habías estado pasando por eso, lo siento por lo difícil que debe de haber sido. Amé los tips tan sencillos que nos pueden ayudar a reconectar con esa calma interior tan necesaria en momentos turbulentos. Gracias por compartirlo <3