La Travesía de hoy la escribe la gran Belen, Product Manager en Laboratoria+
Hace una semana terminé mi maestría. Me alegra saber que invertí un año y medio en aprender algo nuevo. Generalmente, una se queda sólo con el resultado. Celebramos el logro de haber terminado lo que empezamos, pero poco se valora y aprende del proceso. Justo de eso quiero hablarles hoy.
Hace unos años, comencé a planificar mi vida en otro país. Deseaba vivir la experiencia de conocer a otras personas, sumergirme en otra cultura y probarme a mí misma que era capaz de hacerlo. Además, sentía que tenía una deuda conmigo misma y quería cerrar el ciclo completando mi objetivo de obtener un título - algo que para mí es más un logro personal que profesional. Esa era mi motivación central. Me caracterizo por ser alguien que planifica sus metas - especialmente aquellas que implican un cambio de vida - con un par de años de anticipación. Generalmente, mi proceso implica imaginarlo, sentirlo y comenzar a tomar acciones para hacerlo realidad.
Las primeras barreras
Cuando empecé a buscar opciones para estudiar, me encontré con un universo de posibilidades. Había posgrados de todas las formas y tamaños: más cortos, más largos, más costosos, más económicos, a tiempo completo, compatibles con el trabajo, fáciles o difíciles de ingresar, y un sinfín de variables más. Sin embargo, todos, sin importar su enfoque, tenían un requisito en común: contar con un título de pregrado.
En mi caso, no contaba con un título de pregrado. Mi camino profesional no ha sido lineal (bueno, tampoco el personal, creo que como para casi todas, ¿no?). Dejé la universidad a medias para dedicarme a trabajar y sortear algunos desafíos que la vida me presentó. Con el paso de los años, mi vida me llevó por caminos profesionales en los que el "título" no era necesario en ese momento. Sin embargo, siempre hubo algo dentro de mí que no quería dejar ciclos sin cerrar. Este era uno de ellos, y quería darme la oportunidad de hacerlo.
Creo que hay otras formas de lograrlo, pero para mí, tener mi título académico era la manera de hacer mi "check" personal, y por qué no, comenzar una nueva etapa. Hice mis postulaciones a las universidades que me gustaban un año antes de comenzar. Postulé a becas, investigué, pedí recomendaciones e hice mi presupuesto. Resultado: "Lamentamos comunicarle que no ha sido aceptada en [XX] por no cumplir con los requisitos establecidos." En paralelo, obtuve una beca parcial Reina Sofía para cubrir los aranceles, pero todo parecía indicar que no iba a poder aprovecharla.
En busca de otros caminos
Por suerte no me caracterizo por ser una persona que se conforma con una carta estándar de rechazo. Después de unos días de decepción, me puse a pensar: si no me dan la oportunidad, voy a crear mi propia oportunidad. Viajé a la ciudad donde quería estudiar, Barcelona, para ir directamente a las dos universidades a las que quería entrar. Con mucha convicción y una buena investigación de quiénes eran los directores de área de cada lugar, me senté a enviar correos explicando por qué quería una oportunidad para estudiar. Mandé al menos 10 correos, me respondieron dos, y una de ellas me concedió una reunión presencial. Fui y comencé el proceso. Tuve muchas entrevistas y toda una comisión que se sorprendió por mi perseverancia.
Ya conocen el final de la historia: me aceptaron y me gradué. ¿Estoy feliz? Claro que sí. Para mí, el verdadero logro de todo esto fue el proceso. Mi propio proceso de saber que puedo crear mis propias oportunidades y no limitarme. Creo que siempre lo he sabido, pero es bueno pasar por experiencias que me lo recuerden.
Quería compartirles esta historia porque muchas veces nos frenamos en la vida solo por creer que no tuvimos todas las oportunidades que necesitábamos, o porque el vecino tuvo más oportunidades que tú. Esto último puede ser cierto, pero no es un freno para crear las tuyas. Muchas veces las cosas toman más tiempo, y lo digo por experiencia propia. Yo tengo ya casi 38 años y recién terminé mis estudios (otra barrera que hay que eliminar de nuestras mentes es que la edad es un límite).
Recorrer el camino para lograr tus propias metas vale absolutamente la pena. En el mundo lo único que es constante es el cambio, por eso saber adaptarse y vivir con la convicción de que tú eres dueña de tu vida es tan importante.
Hoy quiero compartir con ustedes mis tres máximas de vida para crear el camino que quiero. Espero que las inspiren también a crear el suyo.
1. Ser perseverante: El deporte me ha enseñado a forjar la perseverancia. Desde los 5 años ando en bicicleta y me encanta hacerlo a diario. Sin embargo, hasta antes de 2019, mi máximo trayecto había sido de 150 km en un solo viaje. En 2017 tuve la gran idea de planificar un viaje en solitario para recorrer la ruta del Danubio - un recorrido de 1500 km que cruza 5 países. No solo necesitas que te guste mucho andar en bicicleta - se necesita mucho más para recorrer 100 km o más diarios. Quería tanto hacerlo que ahorré, vi todos los videos de YouTube y leí todos los blogs que encontré para saber cómo hacerlo. 2019 fue el año: recorrí 1350 km, conocí 4 países, 8 ciudades, hice 10 amigos nuevos (con los que ahora queremos hacer una nueva ruta) y sumé este logro a mi récord de kilómetros, probándome a mí misma durante 12 días de recorrido. Siempre que quiero empezar algo nuevo recuerdo este momento, y que el camino se construye mientras avanzas.
2. Tomar todas las oportunidades que aparecen delante de ti: En 2018, mientras trabajaba en Laboratoria, surgió una oportunidad para que alguna egresada acompañara a Mariana a París a un evento global. Había que enviar una postulación contando por qué querías ir y hablar sobre tu historia personal, todo en inglés (idioma que hasta el día de hoy me pone en aprietos). Le pedí ayuda a una compañera, quien amablemente me dedicó su tiempo y me ayudó corrigiendo mi postulación. Todos me impulsaron a hacerlo, pero creo que en ese momento yo fui la única que no creyó posible lograrlo. Llegó el día límite para enviar la postulación y, aunque tenía todo listo, no lo hice. No envié nada y me quedé sin la oportunidad de ir. Más allá de si iba o no, esa experiencia me trajo muchas lecciones profundas sobre cómo, por vergüenza o pena, no he tomado las oportunidades que otras personas me han dado. He tenido que aprender a caminar con la convicción de que cada oportunidad que se presenta ante mí es para aprovecharla.
3. Ser ambiciosa: Esto es algo de lo que se habla poco. De hecho, la ambición en las mujeres muchas veces no se ve como algo natural. Ser ambiciosa lo aprendí de la visión de vida que me dio mi mamá. Si hay alguien que cree en mí, es ella. Siempre me da ese último "empujón" para ir por más. En particular, mi ambición está centrada en disfrutar mi vida plenamente, no quedarme con la duda de qué hubiese pasado si... o solo imaginándome una realidad diferente. Estoy convencida de que sin esa ambición y esas ganas de lograrlo todo (aquí aclaro que cada persona tiene su propia y única definición de "lograrlo todo"; para mí, "mi todo" es disfrutar mi vida con plenitud), no habría emigrado a Portugal, donde vivo actualmente, ni habría insistido en alcanzar mis metas profesionales y personales. Sin ambición y ganas de comerte al mundo, es muy difícil llegar a la meta.
La vida personal y profesional siempre estará llena de desafíos. El camino que hemos recorrido es totalmente valioso y hay que apreciarlo como tal. Nos invito a seguir construyendo nuestras propias oportunidades, a tomar lo que tenemos delante y a construir la vida que queremos vivir.
Un abrazo,
Belen
Belén, gracias por compartir. Es muy inspirador este artículo. Me encantó y lo disfruté muchísimo. Qué no pase un año para leerte de nuevo pues!
Capaaaaaaa <3