La Travesia de hoy la escribe nuestra querida Sole Rojas, gran coach y mentora en Laboratoria+
Aunque así lo quisiéramos, la infancia no siempre es un periodo idílico. No todas nacemos dentro de entornos cariñosos, cuidadosos y funcionales. Algunas hemos tenido que sobreadaptarnos para encajar, mientras otras se han visto enfrentadas a problemas importantes a temprana edad y madurado rápidamente a causa de ello. Sea cual sea la situación, no somos pocas las mujeres que alguna vez hemos sentido que una generosa cantidad de responsabilidades y de decisiones importantes pesan sobre nosotras.
Por muchos años, yo recorrí la vida con esa sensación de tener el mundo sobre los hombros permanente en lo personal, lo familiar y lo laboral. Desde una niñez en la que debía hacerme cargo de despertar por la mañana, planchar mi ropa, asegurarme de cumplir con la asistencia necesaria para pasar de grado y desplazarme a distintos lugares, la independencia fue una consecuencia natural. Sin embargo, hoy soy consciente que tuve una falta de cuidados y soporte emocional que derivó en una autonomía desprotegida y cargada de soledad, con el convencimiento de que no podía contar con otros para decidir o resolver lo que se pusiera en mi camino.
Mirando atrás, me doy cuenta que percibía la vida como un continuo de cosas por cumplir. No podía detenerme porque sin eso, sentía que mis sueños nunca se harían realidad. La eterna carrera de comenzar una semana y terminarla llena de pendientes, “descansar” los fines de semana - que en realidad estaban llenos de actividades y asuntos domésticos - y tratar de cumplirle al estereotipo de mujer resuelta e independiente que había construido a lo largo de mi vida en la cabeza.
En mi intento por hacer todo y hacerlo todo bien, resolvía sin compartir jamás mis problemas, acostumbrándome a tomar decisiones trascendentes con más valentía que buenos recursos. Con el tiempo, las consecuencias de algunas de estas decisiones solitarias se transformaron en sufrimiento, como aquella vez que embalé mis muebles y mis sueños para mudarme a un país vecino y comenzar una vida que a poco andar se evidenció dolorosa e injusta.
Cuando aquello pasó, aprendí muchísimo. Lo primero, a conversar de las decisiones desafiantes que se me presentan. Me di cuenta de cuánto mejor sería todo si simplemente me atrevía a compartir miradas e intuiciones con mis amigas, a aceptar ayuda. Luego, aprendí que veces es necesario detenerme y recalibrar. Darme permiso para frenarlo todo y mirar si sigo transitando en dirección a mis sueños.
Comparto aquí mi historia porque, con distintos matices, muchas de nosotras hemos pasado por querer hacerlo todo solas, dar lo mejor, mostrar resultados, validarnos ante los demás, facilitarle la vida a alguien, ser quien escucha, quien cuida, quien provee, y quien sostiene sin pausa. En esa constante exigencia podemos pasar semanas, meses y años con la mejor de las intenciones, pero en el camino, perdemos nuestro propio rumbo y la capacidad de vernos a nosotras mismas. Si no paras, la vida de pronto te obliga a parar.
El valor de una simple pausa
Tomar una pausa. Suena tan sencillo, pero es de los aprendizajes que más cuesta. Pareciera que mientras más ignoramos el valor de detenernos para tomar un respiro y darle una mirada realista a lo que puede venir, más se encargan las circunstancias de obligarnos a hacerla.
Mi primera reinvención laboral, que implicó dejar mi trabajo corporativo para poner una empresa de fotografía, me convenció de que detener la marcha es útil y valioso para tomar impulso. Para mí, fue vital crear una burbuja de calma - y la llamo así porque las contingencias externas no esperan - desde la cual tomar decisiones, sopesarlas junto a personas cercanas, aprender, practicar, prototipar y ver cumplir las primeras metas. Fue sólo tras aprender a crear estos espacios de pausa que unos años más tarde pude decidir dejar mi negocio de fotografía y dar el salto de dedicarme completamente al coaching y la consultoría.
Hacerte preguntas, investigar, repensar y tomar el consejo y apoyo de quienes quieren lo mejor para ti, no solo es bueno sino necesario para darle a la vida la dirección que tu decidas, en vez de quedarte apenas con lo que el destino pone delante de ti.
Se habla mucho de oportunidades, de que la suerte es estar preparadas para cuando éstas se crucen por nuestro camino, de crecer e impactar, de desarrollo profesional y de carrera, pero poco se habla del valor de aprender a detenernos. De bajar las revoluciones por un momento para escucharnos en calma y poder buscar lo que realmente queremos. Al entender esto y empezar a aplicarlo en mi trabajo como coach con más personas, he visto cómo esa pausa se convierte en una llave que abre puertas a través de la reflexión, la definición y las respuestas a preguntas como ¿para qué?, o, ¿qué es lo que realmente quiero para mi vida, más allá de lo contingente?
La vida está llena de posibilidades, pero muchas deben ser identificadas para luego ir por ellas. Piensa en la analogía de estar en un auto avanzando a toda velocidad: el movimiento permanente no nos permite enfocar para ver con claridad, a diferencia de la lucidez que ganamos al detenernos un momento.
No me cabe duda tú, que me lees hoy, eres más capaz de lo que llegas a creer. De hecho lo sé, porque lo he visto incontables veces en las sesiones de mentoría que realizo cada semana en Laboratoria+. Eres excelente, consecuente, detallista, generosa, pero no te permites mirar dentro de ti y buscar qué es lo que quieres, qué es lo que te genera bienestar. Sientes que tienes que tomar la primera oportunidad con absoluto agradecimiento y la posibilidad de cambiar de parecer te llena de culpa, olvidándote de usar tus propias motivaciones para generar los cambios trascendentes en tu vida.
Solo quiero recordarte que detenerte un minuto no frena tu avance: te muestra el camino y te invita a crearlo. Y decirte que es posible salir de esa zona abrumadora en la que a veces te encuentras, sin sumar sino aquietando, restando, y volviendo a la calma que precede al camino que conduce hacia la plenitud.
Un abrazo muy grande,
Sole
El próximo jueves 3 de abril comienza un círculo de aprendizaje especial con Sole. Son 4 sesiones diseñadas para mujeres que se encuentran atravesando un periodo de transición en su vida. Trabajaremos en fortalecer nuestro sentido de autonomía, responsabilidad y propósito, y exploraremos lo que realmente está bajo nuestro control. Cada sesión combina introspección, herramientas prácticas y apoyo grupal, culminando en un plan claro y accionable para avanzar. Este círculo es parte de la membresía de Laboratoria+, donde Sole, además, es mentora <3.