¿Cómo se ve tu crítica interna?
Esta pregunta me la hice por primera vez como participante de un taller en Laboratoria+ que tuvo un gran impacto en mí. A la voz la conozco de toda la vida. Me acompaña cada vez que tengo que hablar en público, hacer algo nuevo que me da miedo, o cuando me invade la culpa al sentir que no cumplo con alguna expectativa auto-impuesta (hola, maternidad). Se hace presente también cuando pienso en cosas que quiero para mi vida y aún no logro, cuando dudo de mis decisiones o cuando por alguna razón, me siento insegura respecto a lo que alguien más piensa de mí.
“Te vas a olvidar lo que tienes que decir…¿estás preparada para quedarte en blanco?”
“¿Para qué dijiste que sí a este plan, si sabes que te da tantos nervios?”
“¿No deberías estar haciendo más de esto o lo otro por tus hijos?”.
A pesar de que estas frases no ganarían el premio a la amabilidad, de hecho mi crítica interna es bastante más dócil hoy de lo que era antes. Tengo el recuerdo de una voz mucho más ácida en mi adolescencia y mi adultez temprana. “Esa ropa no te queda bien”, “tienes que adelgazar si quieres verte mejor”, “ese chico jamás se fijará en ti”, “no eres suficientemente buena en esto, ¿para qué lo sigues intentando?”.
De una forma u otra, esta voz ha estado conmigo desde que tengo uso de razón, pero no fue hasta hace unos meses que me detuve por primera vez a entenderla, a tratar de comprender de dónde venía, cómo había cambiado su tono con los años, y lo más importante, qué impacto tiene en mí.
En ese taller Nadia me hizo dibujarla. “Haz una representación gráfica de tu crítica interna”. La mía era pequeña, algo regordeta, con los pelos parados y los ojos saltones del miedo. Fue interesante ponerle cara y, aunque suene algo esotérico, empezar a dialogar con ella.
La conversación más importante
La conversación más importante de nuestras vidas es la que tenemos con nosotras mismas. Es una conversación diaria, que solemos llevar de manera inconsciente, pero que define algo trascendental en nuestras vidas: cómo nos percibimos a nosotras mismas.
Esta conversación interna es la que nos anima o nos limita, la que nos impulsa o nos detiene. Es también la que nos ayuda a interpretar el mundo y nuestras vivencias. Para Jim Loehr, un psicólogo enfocado en la ciencia del desempeño, nuestra voz interna es la manera que tenemos los seres humanos de contarnos historias sobre nosotros mismos y nuestras vidas. Y es que muchas veces, lo que determina nuestro destino no es necesariamente la realidad objetiva de lo que nos sucede, si no la manera en la que nosotras lo interpretamos e integramos a nuestra historia de vida. Solemos, además, interpretar el mundo según lo que ya conocemos - esos patrones establecidos por los que procesamos información en nuestras conversaciones internas.
Digamos que no conseguí el trabajo, la promoción o la beca que quería. Hay dos caminos (con sus múltiples variaciones) en los que la conversación interna puede ir:
Otra vez fallaste, como era de esperarse. Ya ni sigas intentando que no creo que seas capaz de lograrlo.
O
Duele perder, pero te esforzaste por conseguirlo. Aprendiste algunas cosas en el camino, puedes adaptar tu estrategia y tener mejores chances la próxima vez.
Viéndolo así, es evidente que el impacto de estas dos narrativas en mí será radicalmente distinto. Una voz juzga, critica, y me hace sentir poco valiosa. La otra reconoce, tiene apertura para aprender y motiva.
Para ganar control sobre esta voz tan influyente en nuestras vidas, es fundamental comprender de dónde viene. Me dejó pensando muchísimo escuchar una entrevista con Loehr en la que explica que su origen suele estar en la voz con la que nuestros padres nos hablaron (sin ánimo de ponernos más presión a las que somos madres). Esa voz pública que quienes nos cuidaron tuvieron con nosotras en la infancia tiene un enorme impacto en la que luego se convierte en nuestra voz interna. Tal vez es por este mismo vínculo que a veces la maternidad propia nos lleva a un lugar de reflexión profunda sobre nuestra propia infancia.
En mi caso, gracias a bastante lectura, aprendizaje, conversaciones y terapia, con los años he recorrido un gran camino para tener una conversación sana y amable conmigo misma. Esto es importante no sólo porque quiero vivir mi vida desde un lugar de confianza y seguridad, si no también porque hoy soy madre, y con ello, mucho más consciente de cómo mi propia mentalidad impacta en la de mis hijos. Así como somos en gran medida producto de nuestros padres, la manera en la que le hablamos a nuestros hijos es posiblemente el principal insumo para cómo ellos aprenderán a hablarse a sí mismos. ¿Y cómo quisiera que sea su voz interior? Amable, amorosa, que les recuerde su valor y les impulse a experimentar la vida desde el amor y la confianza. Mi aspiración, entonces, es ser un ejemplo de eso y hablarme de la misma manera.
Cultivando nuestra confianza
Hay algunas prácticas que a lo largo de los años me han ayudado a transformar la conversación conmigo a una dónde mi crítica interna existe y se expresa, pero lo hace desde un lugar de respeto, y dónde además convive con otra voz, que a diferencia, cree profundamente en mí.
La primera ha sido recordar a aquellas personas que de alguna manera han visto mi potencial y han confiado en mí. Más cercanas o lejanas, todas tenemos algunas de ellas. Yo aquí pienso en distintas personas como mi abuela, mis amigas más queridas, y hasta en algunos profesores que tuve la suerte de tener. En mis últimos años de colegio, por ejemplo, me encantaba la clase de historia universal. Descubrí una nueva parte de mi aprendiendo de las guerras mundiales, del colonialismo, del marxismo y la guerra fría. Leía, escribía ensayos, y sacaba consistentemente las mejores notas. Cuando me gradué del colegio, me fui a despedir del profesor que tuve esos últimos años. Me escribió una nota de despedida que decía algo así: “Mariana, tienes mucho más para dar y todo tu potencial está aún por descubrirse”. Me acuerdo de haberme sentido algo confundida: ¿por qué no me dice que he sido una excelente alumna? Sólo con el tiempo entendí que él veía todo lo que era posible para mi. Nunca se lo pude decir porque no lo volví a ver, pero por esa mirada que tuvo de mí, y que de alguna manera nutrió la mía propia, le estaré siempre agradecida.
La segunda es detenernos a reconocer nuestros logros con intención. ¿Cuántas veces nos criticamos por lo que no sale, pero nos olvidamos de felicitarnos con la misma vehemencia por lo que sí? Personalmente, esto me ha costado mucho porque soy exigente conmigo misma. Con el tiempo he aprendido que es simplemente injusto hacia mí no reconocer lo que he alcanzado con orgullo (y nuestra querida mentora en Laboratoria+, Sole, escribió hace poco un gran post sobre esto). Hoy me enfoco en hacer el espacio mental para cultivar un sentido de logro tras mi esfuerzo. Cuando corro, por ejemplo, si bien está la voz que me dice que a estas alturas ya debería poder correr más rápido o mayores distancias, ahora convive con otra voz, que me agradece por haber tomado la decisión de salir a correr en primer en lugar, y se rebalsa de orgullo de que haya instaurado este hábito en mi vida. Suena un poco dual, pero así somos, ¿no? En lugar de dejarnos vencer por la crítica, hay que fortalecer a su hermana motivadora.
Espero que estas reflexiones las ayuden a ver que descubriéndola y entendiéndola, todas tenemos la posibilidad de amistarnos con esa voz interna y usarla a nuestro favor. Es lo que merecemos nosotras, y para las que somos madres, lo que le debemos a nuestros hijos.
Un abrazo grande,
Mariana