La amistad como pilar de nuestras vidas
Y cómo poner en valor todo lo que estas relaciones nos dan
Esta semana seguimos celebrando la amistad en nuestras travesías. La de hoy la escribe Mariana Costa, cofundadora en Laboratoria
Hace unos días llegué de un viaje muy especial: Herman (mi esposo) y yo viajamos a Miami a celebrar el cumpleaños número 40 de Gabi, mi hermana de la vida y socia en Laboratoria que ahora vive allá. Unos meses atrás, conversando por Whatsapp con ella, Marisol y Palo - mis amigas queridas de la maestría - empezamos a soñar con reencontrarnos para unos días de compartir tiempo juntas. En los 12 años desde que dejamos de vivir en la misma ciudad, si bien hemos logrado vernos casi cada año, han sido pocas las oportunidades de realmente compartir unos días para simplemente estar. Sin planes predeterminados, sin agenda y sin objetivos más allá de disfrutar las unas de las otras. Suelen estar de por medio las responsabilidades de trabajo, los múltiples hijos que hemos ido teniendo en los últimos años, los presupuestos ajustados en esta etapa de la vida. A pesar de todo eso, nos pusimos a buscar y cuando encontramos pasajes a buen precio, sin pensarlo demasiado nos comprometimos a hacer el esfuerzo de dejar a nuestros hijos (y las madres aquí sabrán toda la logística que eso implica - solo fue posible gracias a la lista larga de personas que nos apoyaron) para poder estar juntas.
Cuando pienso en qué quiero para mi vida y mi futuro hay muchos inciertos, pero una claridad presente: mantener la amistad que tengo con estas amigas queridas. No crecí con ellas - de hecho somos todas de países distintos - pero encontrarlas fue como descubrir ese regalo que no sabías que se te había perdido. Nos hemos acompañado en los miles de desafíos que nos ha traído la vida en la última década, con océanos de distancia de por medio. Hemos estado ahí en nuestros pospartos, en nuestras renuncias profesionales, en nuestros retos de pareja y la pérdida de quienes más queremos. Nos hemos celebrado en lo más alto, recibiendo promociones y reconocimientos profesionales, y en lo más bajo, inundadas por dudas existenciales sobre hacia dónde queremos ir. Cada una de ellas, así como otras amigas queridas de distintas etapas, han hecho mi vida tantísimo más plena. La han llenado de amor y de compañía, y me han acompañado a convertirme en quién soy.
La amistad como pilar de nuestra vida
La amistad es una categoría de relación especial. No tiene los hitos visibles que tienen las relaciones de pareja (el matrimonio, los hijos), ni tampoco la conexión de sangre que une a las familias. Como explica Esther Perel, esto hace que haya sido culturalmente menos valorada o celebrada, pero no por eso es menos importante. De hecho, las amistades profundas son absolutamente fundamentales para nuestra felicidad y nuestro bienestar. Sow y Friedman, autoras de “The Big Friendship”, hablan de las grandes amistades como esas de impacto tan profundo que terminan dando forma a nuestras vidas. Como todas las relaciones íntimas, requieren de trabajo continuo y de tener las conversaciones difíciles en las que podemos decir lo que verdaderamente sentimos. Seguro en algún momento tendrán que navegar también el conflicto, pero elegimos mantenerlas porque hacen nuestra vida mejor.
Cuando me fui a vivir fuera de mi país por primera vez, a los dieciocho, extrañé muchas cosas: la comida de mi casa, el cariño de mis papás, el mar limeño, la presencia de mis hermanas. Pero una de las que recuerdo con más dolor fue la distancia de mis mejores amigas, aquellas con las que había crecido y atravesado el complicado camino de pasar de niña a adolescente, para luego darnos con esa enorme pared llena de expectativas que es la adultez. Su ausencia me generaba un vacío muy grande para el que no tenía palabras. ¿Se puede estar tan triste por extrañar a una amiga?
Muchos años después, cuando llegó la pandemia, volví a vivir una experiencia parecida. Era el 2021, y decidí empezar ir a terapia porque sentía una pena muy grande adentro. En esa primera sesión conversando con mi terapeuta, me ayudó a ver el por qué: mis amigas más cercanas de los últimos años, con las que había compartido el proceso de convertirme en mamá, se habían ido del Perú. Con la pandemia terminaron las largas sobremesas conversando sobre nuestros miedos y sueños, los viajes en familia juntas, y los muchos domingos intentando almorzar en restaurantes ricos a pesar de tener múltiples bebés encima. Dada su mudanza, además, estos momentos ya no volverían. ¿Es posible vivir un duelo al perder, así sea solo físicamente, a una amiga? Hoy estoy convencida que sí, y que el distanciamiento de nuestras relaciones de amistad profundas, sea por mudanzas o porque simplemente la vida cambió y perdimos esa relación, puede ser tan doloroso como el de una pareja o un hermano.
Una apuesta que vale la pena
Tener relaciones de amistad sólidas, además, es importante para la salud de nuestras otras relaciones valiosas. Tengo muy presente el consejo que le escuché a Esther Perel hace unos años: una pareja no puede ser tu todo. Desde la idealización del amor romántico y la sobrevaloración de la familia nuclear, hoy tenemos la expectativa de que nuestras parejas cumplan a cabalidad todos los roles que queremos en nuestra vida. Que sean amigos, consejeros profesionales, compañeros de crianza, amantes, partners de deporte, de intereses, la persona con la que compartimos nuestras dudas existencias y leemos el mismo libro. Suena de película, pero la realidad es que nadie puede ser todo eso para otra persona siempre. Comprender esto es parte de tener las expectativas correctas en nuestras relaciones de pareja, y justo por eso, creo que nos da la oportunidad de construir relaciones más felices. Muchas de las cosas que queremos tener en nuestras vidas las podemos encontrar al forjar esas amistades en las que nos atrevemos a darnos a conocer de verdad, a escuchar y ser escuchadas, a compartir tiempo y sueños en conjunto.
Con el tiempo he aprendido que abrir nuestro corazón a ese puñado de amigas y amigos queridos es estar dispuestas a querer, y a veces también a sufrir al haber querido. De hecho esta semana partieron de Lima los chamos, socios y amigos incondicionales por los últimos doce años. Es difícil poner en la palabras la pena inmensa que me trae su ausencia física. El chamo es padrino de mi hijo, confidente de mis dudas existenciales, y por todo lo que hemos vivido juntos, realmente lo siento como a un hermano en mi vida. Pero lo hermoso de la amistad es que cuando quieres a alguien, de alguna manera empiezas a sentir su felicidad como propia. Me llena el corazón saber que se van a perseguir un sueño que los llenará de alegrías, y eso me basta para navegar la nostalgia del final de esta etapa de vida que hemos compartido juntos.
Espero que esta reflexión las lleve a agradecer por cada relación de amistad profunda que han tenido, y también por las que han perdido, porque todas nos dejan huella. Y si sienten que los últimos años ajetreados nos les ha dado tiempo de invertir como quisieran en sus relaciones de amistad, recuerden que nunca es tarde para empezar a hacer nuevas grandes amigas 👩🏼🤝👩🏽.
Un abrazo,
Mariana
Gracias Mari por compartir este tan lindo post. Me encantó :). ¡Larga vida a Travesías! una de mis lecturas semanales que más disfruto.