En mis primeros años de carrera profesional, yo fui muy mala líder. Aspiré a modelos ajenos de liderazgo con los que no me identificaba, pero que sentía que se esperaban de mí, y fracasé en el intento. Muchos años después descubrí un estudio famoso que me hizo comprender parte de lo que había vivido.
El estudio es el siguiente: invitan a diferentes profesionales de recursos humanos a evaluar distintas hojas de vida y dar una recomendación de si contratarían a esa persona o no, y por qué. Sin saberlo, los participantes del estudio revisan hojas de vida ficticias que en realidad son idénticas, con una sola diferencia: el nombre del candidato. Algunos tienen nombre de mujer y otros de hombre. Lo impactante del estudio es que los participantes recomiendan significativamente más a los candidatos hombres que a las candidatas mujeres, a pesar de que tienen exactamente las mismas calificaciones. El estudio es un reflejo de los desafíos que las mujeres enfrentan en el mercado laboral debido a esos prejuicios inconscientes de género.
Me hizo reflexionar sobre mis primeros años de carrera. Yo comencé mi vida profesional trabajando en construcción, una industria altamente masculina, donde mirar hacia arriba no me ayudaba. Mi jefe era hombre, como también lo era su jefe, y el jefe de su jefe. Habían muy pocas mujeres en roles de liderazgo, y por lo tanto, pocas referencias en quien espejarme. Los ejemplos de líderes a mi alrededor seguían la receta tradicional de jefatura corporativa masculina, con todos sus estereotipos, y aunque aprendía de ellos y admiraba a algunos, no me veía identificada.
Cuando miro hacia atrás, no me sorprende que en mis primeras oportunidades de liderar a otras personas, mi inclinación fue tratar de imitar los estilos de liderazgo que yo veía a mi alrededor. Sentía que lograría credibilidad demostrando tener todas las respuestas correctas, manejando jerarquías claras en el equipo, restringiendo mis emociones en contextos de alta presión, y mostrando confianza y fortaleza incluso cuando no tenía la menor idea de lo que estaba haciendo.
Todo esto quizás no estaría tan mal si fuera representativo de mi persona, pero no lo es. Estaba tratando de alcanzar una idea de lo que la sociedad parece querer o necesitar de un líder, mientras escondía rasgos fundamentales de mi esencia. Irónicamente, la misma esencia que probablemente me llevó a tener esas oportunidades de liderazgo en primer lugar.
Esta historia es mía, pero no es única. ¿Cuántas mujeres no se encuentran en situaciones parecidas, sintiendo que tienen que aparentar ser algo distinto para ser escuchadas? ¿Que tienen que cumplir estándares inalcanzables de la sociedad para ser tomadas en cuenta? Y para mi, lo triste es que muchas, lejos de ver esto como un problema sistémico contra el cual tenemos que luchar todos (no solo las mujeres), empezamos a atribuir la falta de puertas que se nos abren a cualidades propias.
Pero al final del día, por los sesgos inconscientes que traemos todos, esa batalla interna no nos lleva a ningún lado. Recordemos que si las mismas características de un hombre pueden ser interpretadas de forma distinta y negativa cuando expresadas por una mujer, no nos sirve de mucho espejarnos en sus comportamientos. La buena noticia es que el antídoto a todo esto es justamente la clave para cualquier liderazgo efectivo. Con los años he aprendido que el ingrediente más fundamental de un excelente liderazgo es la autenticidad. Y con la autenticidad no me refiero a decir lo que uno piensa o siente sin medida en cualquier momento. Me refiero a lo que la psicóloga social Brené Brown define cómo “tener la valentía para ser imperfecta, vulnerable, y establecer límites”.
La imperfección y la vulnerabilidad nos permiten conectar de forma profunda con las demás personas. Al ser genuinas y transparentes con nuestras acciones y palabras generamos mayor confianza de los demás en nosotras. La vulnerabilidad crea una cultura de apertura y honestidad en un equipo, donde los demás se sienten seguros para mostrarse imperfectos también, y a gusto expresando sus ideas y opiniones.
Establecer límites significa comunicar lo que es aceptable o no en nuestras interacciones con otras personas y en la vida en general. Al hacerlo, evitamos comprometer nuestras creencias para agradar a los demás o conformar a expectativas externas. Esto es sano. Los líderes auténticos suelen ser más resilientes porque están en contacto con sus emociones y pueden afrontar desafíos de manera más eficaz.
Suena lógico, ¿pero cómo se puede vivir esto en la práctica?
Primero tenemos que conocernos, trabajando nuestro autoconocimiento. Buscar feedback de personas que nos conocen bien, ser autocríticas, identificar nuestros valores y motivadores, y de qué forma nuestras experiencias informan nuestra visión del mundo.
Segundo, perder el miedo de soltar esas ideas de lo que creemos que tenemos que ser, y abrazar quienes somos. Reconocer nuestra identidad, con todas nuestras fortalezas y debilidades, nos permite empezar a construir nuestro propio estilo de liderazgo.
Luego, comunicar explícitamente con quienes trabajamos el tipo de líder que somos y a la vez preguntar abiertamente y escuchar, el tipo de líder que ellos necesitan de nosotras. Al forjar relaciones con personas en nuestros equipos, podemos comunicar por qué tomamos decisiones de una manera u otra, qué ceremonias y hábitos nos ayudan a pensar, y podemos descubrir con intención de qué manera apoyarlos mejor según sus propios estilos y necesidades.
Por último, poner en práctica nuestra autenticidad a través de nuestras interacciones del día a día. ¿Eres una líder que prefiere informarse bien sobre las distintas oportunidades y riesgos antes de tomar una decisión? Explícalo a tu equipo e involúcralos activamente en tu proceso de toma de decisión. ¿Te dan miedo las posibles repercusiones de una acción planeada? Exprésalo y pide otras opiniones sobre qué están pensando los demás. ¿Te equivocaste en algo? Comparte tu error, reflexionen juntos sobre el principal aprendizaje de lo acontecido, y discutan un mejor plan para la siguiente vez que afronten algo parecido.
No hay receta única ni una forma correcta o incorrecta de liderar, pero quizás hay nuevas y distintas formas de hacerlo. Al fin y al cabo, ciertas características de liderazgo pueden ser comunes, pero eso no significa que necesariamente sean las mejores. El liderazgo se descubre y se construye, y en el caso especialmente de las mujeres, se conquista. Anhelo la era en que nuestra autenticidad, en toda su diversidad, reine. Podemos empezar hoy.
Un abrazo,
Gabi
Algunos recordatorios de comunidad:
Ayer tuvimos un evento INCREIBLE sobre estrategias para la comunicación efectiva. Pueden encontrar la grabación en “Eventos” en nuestra plataforma. Elaine Montilla nos dejó valiiosísimos consejos para comunicarnos con mayor seguridad. De verdad, 100% recomendando.
La próxima semana se cierran las inscripciones para nuestro programa de Comunicación e Influencia. Aprenderemos a reconocer y expresar mejor nuestra voz, mejorando nuestra capacidad de contar nuestra historia, de hablar en público y fortalecer nuestra presencia. Nos quedan poco cupos. La interesadas, exploren todos los detalles aquí.