La semana pasada caí en el “Barbie fever” y fui al cine a ver la película con dos amigas y un amigo. Confieso que estaba emocionada. Tenía altas expectativas luego de leer que el guión abordaba la temática del patriarcado de forma inusual e ingeniosa, y que la historia era divertidísima además. Ha sido una película polémica, y entiendo la controversia, pero a mi personalmente me encantó. Algunos me juzgarán pero ver a Barbie teniendo una crisis existencial navegando los meros desafíos que definen nuestra experiencia como mujeres en el mundo real me pareció fenomenal.
Aparentemente ni una muñeca estereotipada logra escapar el sentimiento de indignación al tener que ganarse su espacio en el mundo, al tener que recobrar el poder en su feminidad, al tener que luchar en contra de su propia inseguridad. Cómo bien dice el personaje de América Ferrera en la película, “es literalmente imposible ser mujer.”
Me fui del cine pero la historia no me dejó. Pasaron los días y me encontraba regresando a algunas escenas y diálogos, sintiendo que lejos de ser representativos de un mundo ficticio lejano, me recordaban bastante a la realidad. Me di cuenta que la alienación que siente Barbie cuando es confrontada con la realidad del mundo se asemeja bastante a los sentimientos abrumadores que podemos tener en el mundo profesional. Muchas veces nos sentimos menos aptas o capaces para abordar desafíos profesionales, culpándonos a nosotras mismas por ello. El llamado “síndrome del impostor”, donde sentimos que no estamos preparadas o merecemos el rol que tenemos.
Además de las múltiples conversaciones acaloradas sobre la película en sí, últimamente he tenido la fortuna de compartir espacios con distintas mujeres donde hablamos de las barreras que enfrentamos para crecer profesionalmente y aquellas creencias y prácticas que nos han ayudado en el camino. Todas mujeres con grandes ambiciones profesionales, dedicadas, trabajadoras y que han logrado superar diversos obstáculos en sus carreras.
Aún reconociendo que las dificultades para avanzar en sus metas profesionales se deben a múltiples factores, no todos necesariamente bajo su control, me llamó la atención que casi todas consideraban al síndrome del impostor como una de las principales barreras para su crecimiento. La conclusión muchas veces fue que no merecían ese aumento o esa siguiente promoción. Tenían miedo de no ser reconocidas, o de estar apuntando hacia algo inalcanzable. Mientras las escuchaba con empatía y hasta me sentía identificada con ellas, me invadió un sentimiento de indignación que me rompió el corazón.
El síndrome del impostor es un concepto que se desarrolló en 1978 por dos investigadoras que estudiaron mujeres que habían sido altamente exitosas pero que aun así “persistían en creer que en realidad no son tan inteligentes y que más bien habían engañado a cualquier persona que creyera lo contrario”. El término ha estado en el centro de numerosos estudios desde entonces, pero principalmente ha protagonizado un número infinito de iniciativas para ayudar a las mujeres a luchar en contra del síndrome del impostor. Aunque no todas sepamos cómo definirlo o describirlo exactamente, todas lo hemos sentido. Ese sentimiento de miedo que invade cuando cuestionas tu éxito o tu capacidad de asumir más responsabilidades y ser debidamente reconocida por tus logros. Es incómodo y a veces puede hasta ser paralizante.
Yo he hablado sobre el síndrome del impostor mucho en los últimos años en charlas y conversaciones individuales con amigas y colegas. Mi postura siempre fue una de “acéptalo, es normal. Invítalo, agradécele y luego dile chau y sigue adelante”. Y hasta estas últimas semanas, nunca había parado para cuestionar el concepto. ¿Por qué existe? ¿Por qué pareciera que es algo que atormenta más a las mujeres que a los hombres? ¿Por qué depende de nosotras solamente superarlo?
En mi búsqueda por tratar de apaciguar mis sentimientos de indignación al ver a tantas mujeres brillantes y ambiciosas limitándose por este sentimiento, me puse a investigar un poco más sobre el tema. Encontré un artículo del 2021 de Harvard Business Review que como yo, cuestiona la manera en que hemos aceptado el concepto. Específicamente, critica el hecho de que el síndrome del impostor ignora los factores sistémicos de la sociedad y los ambientes de trabajo, muchas veces poco amistosos para las mujeres, que han exacerbado estos sentimientos de insuficiencia.
Estos incluyen las expectativas erróneas formadas por estereotipos, los sesgos inconscientes que empujan a las mujeres hacia abajo, las microagresiones que experimentan las mujeres en el ambiente laboral, o culturas poco inclusivas de diversidad de perspectivas y experiencias. Cuando entendemos el contexto como tal, no sorprende que de vez en cuando cuestionemos nuestra pertenencia.
Pero resulta, de hecho, que el síndrome del impostor no afecta a las mujeres más que a los hombres. Descubrí también que el término original designado por las investigadoras era “fenómeno”, y no síndrome, que lo hace parecer una enfermedad de manera estigmatizante. Pero como dice un artículo de Slate sobre el tema, “la inseguridad de las mujeres es una explicación sencilla y atractiva que quita la culpa de los empleadores”.
Como sociedad tenemos que reconocer que el camino de las mujeres hacia arriba es más difícil que el de los hombres por razones principalmente estructurales, que no tienen nada que ver con nuestro potencial o capacidades. Basta con ver la data para entender que son brechas que trascienden nuestra individualidad. En todas las industrias y todos los roles, las mujeres somos promovidas a paso más lento que los hombres. En roles de ingeniería y producto, solo 52 mujeres son promovidas a manager por cada 100 hombres.
Mientras no logremos arreglar el “sistema” para que las barreras no nos afecten tan desproporcionadamente, vamos a tener que trabajar el doble para alcanzar lo mismo. Pero también tenemos que recordar que la inseguridad no quita lo competente, y que los sentimientos de duda los tenemos todas las personas. Nuestro éxito colectivo no depende solo de nosotras. Hay mucho camino por recorrer. Pero cuando nuestro camino individual se vea obstaculizado por este fenómeno, más que invitarlo y agradecerle, pasemosle al lado y sigamos adelante.
Dejemos de darle tanta importancia al síndrome del impostor para no exacerbar su efecto y especialmente para dejar de culpabilizarnos por él. Tenemos que dejar de achicar nuestros caminos por darle peso a un sentimiento que no nos define. Como sociedad, trabajemos para cerrar las brechas. Un ecosistema laboral inclusivo para las mujeres, que no nos haga cuestionarnos tanto, es posible. Solo hay que idearlo y crearlo. Como mujeres, canalicemos nuestra energía para seguir soñando en grande y desafiar la idea errónea de que no pertenecemos. El futuro es nuestro.
Un abrazo,
Gabi
PD. Si te gusta Travesías, ayúdanos a compartirlo con otras mujeres que quieran aprender con nosotras cada semana <3
Estaba muy emocionada y tenía lágrimas en los ojos al leer tu publicación. Que tengamos y seamos una red de aliento y un espejo para todas las mujeres que nos rodean. Estoy muy agradecida de haber nacido en una familia de mujeres tan maravillosa, Gabi, a la que también perteneces. Y ahora también estamos concienciando a nuestros chicos de esta realidad. Te amo.
Excelente reflexão e muito bem articulada. Obrigada, Gabi!
Marcia Argolo