Cuando ya no puedes más
Reflexiones de un año difícil, del mito del autocuidado y de la importancia de quienes te rodean en el camino.
La Travesía de hoy la escribe Gabi, co-founder y CEO en Laboratoria 💛
La última vez que les escribí en Travesías fue hace 1 año. Teniendo este newsletter de historias tan cerca, con sus palabras guiándome e inspirándome cada semana, me cuesta creer que pasó tanto tiempo. Al reflexionar sobre mi ausencia, y las distintas razones que la llevaron a existir, lejos de ser una excusa, no me viene otra palabra a la mente más que la vida. El año que pasó me remeció como ningún otro y hoy, que empiezo a estar del otro lado, quiero compartirles un poco más de lo que viví y aprendí en este tiempo.
Desde mi último post, viví diversas experiencias que sin duda me han fortalecido, pero también me han hecho sentir más de una vez que me rompía en pedazos. Di a luz a mi segunda hija. Me mudé de país. Me mudé de departamento. Pasé un tiempo volviendo a vivir con mis padres. Mi hija mayor empezó en una nueva escuela. No sé si a causa de los virus de la guardería o a mis defensas bajas, me enfermé una y otra vez. Nunca dormí menos en toda mi vida. Mi marido tuvo que pasar temporadas largas lejos de nosotras. Mi hermana que esperaba gemelos perdió un bebé, y tuvo a mi otro sobrino de forma prematura, con complicaciones durante meses en cuidados intensivos. En el trabajo, una economía digital cambiante trajo efectos profundos a Laboratoria, y para manejar la crisis, pasé demasiados días analizando infinitos problemas, evaluando escenarios inciertos y riesgosos, y tomando decisiones duras que no quería tomar y que me hacían dudar diariamente de mi capacidad de liderar. Acompañé, a la distancia, a amigos cercanos que perdieron familiares en situaciones tristes y trágicas.
Mi terapeuta alguna vez me dijo que soy alguien que “triunfa en el caos”, y puede que en parte sea cierto. He vivido por todas partes y me adapto fácilmente a distintos contextos y situaciones (hija de brasileños, criada entre Brasil, Ecuador y Estados Unidos, casada con un Belga y viviendo los últimos años en México), me acuesto tarde, y siempre llego al último minuto al aeropuerto (sin perder el vuelo!). Diría que soy flexible, arriesgada, y resiliente, pero el caos del último año tomó dimensiones que no conocía y se apoderó de mí. No estaba triunfando en lo más mínimo. Por primera vez sentí que mi vida se desmoronaba y no tenía las fuerzas para recoger los pedazos. Pensaba, “¿por dónde empiezo?” “¿qué priorizo cuando todo es tan valioso?” Simplemente no había suficientes horas en el día, ni energía suficiente en mi cuerpo para jugar el rol que quería en cada una de mis relaciones y para cumplir con todas mis responsabilidades.
Si dedicaba tiempo a mi hija mayor, inconscientemente resentida conmigo por el nacimiento de su hermanita, era tiempo que no estaba dedicando al trabajo o a mis papás, que necesitaban ayuda cuidando a mi hermana. Si visitaba a mi sobrino en el hospital para leerle un cuento y que supiera en mi voz y en las imágenes del libro que hay colores más cálidos y sonidos más acogedores que la luz blanca y los beeps de las máquinas afuera de la incubadora, era tiempo que no estaba dedicando a mi matrimonio. Si me adentraba al trabajo como la situación drástica pedía y ameritaba, no dormía y no podía pensar. Tomaría peores decisiones. Sentía que si cuidaba de un aspecto de mi vida, los demás se caían. Sin fuerzas, pero con ganas incesantes de sentirme mejor, empecé a buscar respuestas.
En busca de nuevas luces
La primera vino de mi mamá, que preocupada por mi salud y con las mejores de las intenciones, me decía que descansara. Que dejara todo y fuera a dormir. Que pensara en mi. Más allá de la ironía de esa frase viniendo de una mujer que sacrificó muchos de sus propios sueños y deseos por criarme a mí y a mi hermana, me resultó también completamente foráneo ese concepto. ¿Cómo iba a dejar todo y cuidarme a mi? Esas responsabilidades y esas personas eran mi vida entera. Adicional a eso, mi falta de sueño no era por falta de ganas. Si pudiera dormir, dormiría. Por ahí no encontré la respuesta.
Seguí buscando. Con mi almohada, con amigos, hasta con los “gurus” auto-proclamados de instagram. Intenté distintas cosas, y seguí las recetas de bienestar que hoy en día parecen desbordar en nuestros feeds. Todos ofrecían soluciones “fáciles” para calmar mis dolores. Toma magnesio y dormirás como un bebé. Aplica el gentle parenting y dile adiós a los berrinches. Haz ayuno intermitente y tendrás más energía. Mantén un diario de agradecimiento y se desvanecerán tus problemas. Compra esta crema mágica o hazte un masaje en el spa y rejuvenecerás. Todo apuntaba al “autocuidado” como resultado de esfuerzo, disciplina y una mentalidad positiva; cuidarnos con el objetivo de encontrar un equilibrio en la vida.
Pero la verdad es que ningún hack lograba apaciguar la ansiedad que sentía al ver que mi vida se estaba dificultando. Que las cosas ya no eran tan fáciles como antes, que las preocupaciones del futuro, financieras, de salud, son parte de la vida y de existir como seres humanos, con todas las emociones que eso conlleva. Y cuando estás intentando simplemente encontrar resiliencia suficiente para sobrevivir, lograr un equilibrio de lo que sea parece una meta inalcanzable, y por lo tanto, inútil.
Nos han vendido, no solo a las mujeres, la falacia más grande de todos los tiempos. Que la respuesta para nuestros problemas está en el autocuidado. Pero cuando cuidar de nuestras relaciones y responsabilidades nos consume, ¿cómo esperar que también seamos capaces de cuidarnos a nosotras mismas? Cuando recuerdo los momentos más bajos que viví este año, lo que me levantó fueron actos, de los más pequeños a los más generosos, de las personas que me aman, de mi comunidad.
Recuerdo la niñera de mi bebé que me ofreció un masaje y consejos de sus ancestros japoneses cuando un tirón en mi espalda baja me dejó en cama 3 días. Mi vecina, que apareció de sorpresa con mi bebida caliente preferida después de varias noches mal dormidas. Recuerdo los tés de tomillo y cúrcuma que me preparó Tomás, o el carácter lúdico y presente de su paternidad que trae respiro a mi impaciencia. Recuerdo los caldos de pollo de mi mamá. Mi hermana, que encontró fuerza emocional para jugar con mi bebé mientras el suyo, internado en el hospital, se recuperaba de una cirugía. Mi socia, Mariana, que con 3 hijos y sus propias preocupaciones, dejó todo y viajó a otro país a ayudarme en las primeras semanas de mi posparto. Mi papá, que durante 3 semanas, se despertó a las 6am todos los días para estar en mi casa cuando mi hija se despertara para cambiarla y llevarla a la escuela y que yo pudiera dormir más en las mañanas.
Hay un dicho que dice que “se necesita un pueblo para criar un niño”. Me quedo con la versión de mi prima que dice que “el niño solo necesita a su mamá. La mamá es quien necesita el pueblo”. Me siento profundamente agradecida por el mío. Y reconozco que lejos de ser dado, es un lujo y un privilegio que tengo. Pero al estar convencida de su imprescindibilidad, quiero creer que es posible crear una sociedad donde esa se vuelve la norma de convivencia. Donde la amabilidad y la generosidad son valoradas por encima de la individualidad.
Este año me enseñó una lección valiosa: no podemos tenerlo todo. Es imposible, y por lo tanto, deberíamos dejar de intentarlo. Pero lo que más necesitamos y no podemos descuidar, es tenernos los unos a los otros. Y entre mujeres, con los estándares inalcanzables que la sociedad tiene de nosotras, y que muchas veces nosotras mismas nos imponemos, necesitamos amor y cuidado. Con la epidemia de soledad que se instala, y el deseo profundo de pertenecer que caracteriza nuestra especie, lo que nos sostiene son nuestros vínculos genuinos con otras personas.
Revivo mi contribución a Travesías con un profundo agradecimiento a las personas que caminaron junto a mi este año; y una admiración profunda por todas las personas que navegan el duelo y obstáculos infinitamente más duros que los míos. También extiendo una invitación a darnos permiso para de vez en cuando, no ser nuestra mejor versión. De no tenerlo todo resuelto, de no saber cuál es el próximo paso que tenemos que tomar. Espero que encuentren, en su entorno o sino aquí, en esta comunidad, la posibilidad de ser ustedes mismas, de ser aceptadas tal y como son, y de sentirse abrazadas cuando menos se reconocen. Que reciban cariño y cuidado en sus caminos. Ahí vive la fuerza que necesitamos para seguir adelante.
Un abrazo,
Gabi
Que genuino y sincero escrito. Soy del team que no está teniendo su mejor año, pero en medio de la adversidad, encuentro el abrazo de mi familia, el aliento de mis amigas y la esperanza de que TODO PASA. Un abrazo llenos de fortaleza!
Gabi, sólo te conozco a partir de esto que compartes y te agradezco por poner en palabras lo que muchas sentimos en diversas situaciones. Por más autoayuda que exista y que consumamos, la vida, con sus altos y sus bajos, no es para vivirla solas. Que tu red de apoyo siga fortaleciendote en los momentos en que sientas que no puedes más.