El post de hoy lo escribe Mariana Costa, co-founder de Laboratoria+
El domingo pasado fue un día especial para mi: corrí mi primera carrera oficial de 21 kilómetros. Hoy quiero escribir este post para todas las que leen esto y se alegran por mí (gracias ☺️), pero a la vez, ven hacer algo así como un absoluto imposible para ustedes.
Hace unos años, yo estaba exactamente en ese lugar. De hecho lo recuerdo con claridad. Un día, Vania, que trabajaba en mi equipo, me contó que se estaba preparando para correr una media maratón. Nunca había corrido antes, pero quería intentarlo. A mi su sueño me parecía tan lejano como aprender Chino Mandarín. Olvidé mi asombro hasta que unos meses después, fue su carrera y la vi celebrando con enorme orgullo. Recuerdo sentir una admiración profunda por ella - alcanzó algo que hace solo un tiempo parecía imposible. A la vez, tuve la sensación de que yo nunca podría lograrlo. Ella debía estar hecha de algo diferente.
Y es que yo toda la vida fui muy mala para el deporte. En el colegio, cuando teníamos un partido de Basket o Voley y las capitanas tenían que elegir a su equipo, estaba siempre entre las que nos quedábamos hasta el final esperando pacientemente a ser convocadas. Todavía tengo el recuerdo de ese sentimiento de algo de vergüenza mezclada con pena al darme cuenta que nadie me quería en su equipo. Con el tiempo decidí que tenía mejores chances de destacar en lo académico, y simplemente asumí que el deporte no estaba en mi destino. No ayudó la voz ronca de mi profesora de educación física, gritándonos a mi amiga Andrea y a mi: “No sean vagas, ¡corran más rápido! Parecen más viejas que yo”. No la culpo. Yo era descoordinada, hiperlaxa y tras correr dos cuadras, tenía el corazón en la boca.
A pesar de mi falta de habilidad, en distintos momentos de mi vida soñé con convertirme en alguien capaz de cuidar su cuerpo y hacer ejercicio. Mientras estudiaba la universidad en Londres visitaba de vez en cuando una piscina pública para nadar. Trabajando en Washington DC, pagué varios meses el gimnasio de mi barrio, aunque solo llegaba cuando mi roommate me arrastraba para conversar un rato después de la oficina. En mi último verano viviendo en Estados Unidos encontré un desafío que me pareció el perfecto para finalmente dar el salto: couch to 5k, un programa guiado diseñado para personas que, como yo, querían pasar del sillón a correr sus primeros cinco kilómetros. Lo seguí por varias semanas y estuve cerca, pero finalmente - creo que por frustración con lo difícil que me resultaba respirar mientras corría - lo abandoné. Nunca logré correr esos cinco kilómetros seguidos.
Después de esto volví a Perú, comencé Laboratoria, salí embarazada y por varios años abandoné por completo cualquier intento de incorporar el deporte en mi vida. Era como un sueño distante, apagado, que ya casi se sentía un imposible. No sé exactamente cómo salí de ahí. Creo que fue el dolor de espalda en los embarazos y la falta de fuerzas para cargar bien a mis hijos que me empujaron a tomar conciencia de mi realidad. ¿Por qué no era capaz de incorporar el ejercicio en mi vida, si era algo que realmente quería? Pues porque el trabajo y los hijos se habían llevado todo el espacio disponible en mis días, sin dejar nada para mí. Esta realización me llevó a intentar algunas cosas nuevas que cambiaron mi destino y hoy les quiero compartir.
Si decides que es prioridad, trátalo como tal.
Cuando volví de mi segunda licencia de maternidad en el 2019, tomé una decisión que parece simple pero fue trascendental: decidí que le iba a quitar tiempo a mi trabajo para poder hacer algo de deporte. Si quería hacerlo una prioridad, pues tenía que empezar a tratarlo como tal, por encima de otras menos importantes. Establecí que dos veces por semana me daría la licencia de empezar a las 10am, para poder hacer la clase de KO (el gimnasio) de las 8am y no sacrificar el tiempo de la mañana con mis hijos. Me sentí culpable y hasta irresponsable - cosa sin ningún sentido pues en esos tiempos trabajaba días completos y varias horas de noche tras acostar a mis hijos - pero así somos a veces. Por suerte seguí adelante, y respetar este simple ajuste de calendario fue el inicio de mi cambio.
Los cambios toman tiempo y todo esfuerzo es mejor que ninguno.
Solo podía hacer ejercicio dos días a la semana, y muchas veces me vi tentada a abandonar porque sonaba a muy poco. ¿Servirá de algo? ¿Valdrá la pena el esfuerzo para tan poco? Hoy me alegro de haber persistido al entender que algo es siempre mejor que nada, que lo perfecto es enemigo de lo bueno, y que lo más importante es empezar con lo que se pueda, así sea poco.
Después de unos meses de éxito con mis dos días por semana de deporte, llegó la pandemia. Con todo lo malo que esta trajo, me dejó también algunos regalos, y uno de esos fue recuperar tiempo al trabajar de mi casa. Conocí a Kim, mi entrenadora, y empecé a hacer clases virtuales más días, pues podía terminar a las 8.55 y estar sentada en mi primera llamada a las 9am. Cuando liberaron las primeras restricciones, mi amiga Fran me invitó a caminar por el malecón, pues las dos vivíamos muy cerca. Con ella descubrí el placer de caminar y conversar. Al poco tiempo ella se fue del país, pero me dejó ese regalo. Seguí saliendo a caminar sola, y con el tiempo me animé a probar correr algunos pedacitos. A ese ritmo lento y pausado aprendí a correr. Me tomó más de un año estar lista para mis primeros 10k, y otros dos más para correr 21.
En comparación a la gran mayoría de corredores, soy bastante lenta, pero eso no me ha frustrado ni detenido. En este camino - que irónicamente no veo como una carrera - soy simplemente yo conmigo misma.
Cambia tu mirada de ti.
Con el tiempo, poco a poco empecé a cambiar mi mirada de mi misma. Me empecé a sentir físicamente más fuerte y resistente. Me di cuenta que de pronto, hacía ejercicio casi todos los días y me había ganado el derecho de llamarme deportista. Como bien explica James Clear en su libro Hábitos Atómicos, nuestra identidad es una parte crítica de sostener hábitos. Si me veo a mí misma como deportista, entonces es más probable que sea consistente con los comportamientos que eso implica. Me di cuenta que sin haberlo querido, tal vez tantos años identificándome como “mala” para el deporte fueron parte de la razón por la que nunca logré sostenerlo.
Con esta nueva identidad empecé a incorporar más el deporte en todos los aspectos de mi vida. Uní fuerzas con mis amigas corredoras para motivarnos juntas. Compartí consejos y dudas con mis amigas del trabajo que también son deportistas. Me sumé a montar bicicleta de montaña con mi esposo muchos fines de semana, y hasta animamos a mi papá a unirse. Tuve a mis hijos alentando en las carreras, y pronto espero empezar a correr con la mayor, Lucía.
Entiende tu cuerpo como tu hogar.
Estos años han sido sobre mucho más que incorporar el deporte en mi vida. Realmente han sido un proceso de aprender a cuidar y querer mi cuerpo, que, aunque hoy me duela aceptarlo, es algo que no siempre hice. He entendido que mi cuerpo es mi hogar, y así como me gusta que mi casa sea un espacio que me inspira y saca lo mejor de mí, quiero lo mismo de este. Aunque a veces me siento extraña (por no decir loca) hablándome a mí misma, siempre que corro le agradezco por sostenerme, por su persistencia, por darme la oportunidad de moverme y sentirme libre. El domingo mientras corría lo hice, y hasta me cayeron un par de lágrimas de la emoción que tuve que superar rápidamente para no ahogarme. Fue un momento que se quedará conmigo.
Para terminar, les comparto unas fotos de la felicidad post-carrera, y les mando todos los ánimos para que empiecen con algo - no importa que sea chiquito.
Un abrazo,
Mariana
El amor lo puede todo, el amor nos transforma. Grande Mariana! Esas historias que inspiran valen orooo! Gracias por compartirlo. Yo también corro por el malecón, espero poder encontrarnos...
Gracias Mariana por compartir tu historia y hacernos ver como una nueva identidad nos lleva a lograr cosas que no creiamos posibles,
Te admiro