La Travesía de hoy la escribe Mariana Costa, co-founder en Laboratoria+
Cuando tenía unos 11 años, un fin de semana en la playa mis amigas y yo empezamos esas interacciones tímidas características de la pre-adolescencia con un grupo de chicos. En la tarde, cuando bajamos a la arena pretendiendo no mirarlos, nos invitaron a jugar Botella Borracha: ese clásico juego donde una botella da vueltas, y quien recibe la punta tiene el derecho de ordenar una verdad o un castigo. Al cabo de unas vueltas, le tocó dar el castigo al chico rubio y popular del grupo. Se volteó donde el niño gordito que tenía a su derecha, y le dijo: elige a cuál de las chicas le quieres dar un beso (la memoria es frágil y no me acuerdo bien si era en la boca o el cachete, pero ahora que soy madre, deseo con todas mis fuerzas que haya sido lo segundo 😅). Él me eligió a mí. Cuando apenas intentaba reaccionar a la idea de mi primer beso, el niño rubio dijo: “¿En serio a ella? Waj, estás loco”. Ante esto, el gordito que quería besarme - pero no tanto como para quedar mal con el popular del grupo - rápidamente cambió su elección.
Con todo mi esfuerzo pretendí que nada pasaba, pero por dentro, el dolor fue casi letal.
En los años de adolescencia que siguieron, como suele ser propio de este periodo en la vida, recuerdo mis días invadidos de miedos e inseguridades: ¿Me veo bien? ¿Encajo aquí? ¿Importo?. Mirando atrás, creo que en ese momento ni yo ni nadie a mi alrededor tenía las herramientas para ayudarme a cultivar mi autoestima. Para hacerme entender que valía más allá de lo que pensaran los demás (incluso los populares del grupo), de lo que hiciera, de cómo me veía. Que el rechazo de alguien no significaba que hubiese algo malo en mí. Que exactamente como era, era suficiente.
Forjando quién soy
La vida siguió y como suele pasar, fue poniendo en mi camino distintas experiencias que hicieron que empezase a construir una visión más generosa de mi misma. De pronto me puse a estudiar y empecé a tener muy buenas notas en el colegio, y esto me hacía sentir orgullosa. Mis amigas me querían. A los 18 años me mudé sola a un nuevo país, y justamente porque fue una experiencia enormemente desafiante, al superarla me sentí cada vez más confiada en mis propias capacidades de enfrentar el mundo. Tras terminar la universidad me volví a mudar de continente, hice más amigos, conseguí un trabajo que me retaba y empecé - tímidamente - a sentirme orgullosa de algunas de las cosas que hacía.
En mis 30s fui por primera vez a terapia, y pude explorar de manera más acompañada quién soy. Emprendí, formé una familia, y poco a poco me fui acercando más a ese sentimiento mágico de plenitud con quién eres. Pero de hecho es solo ahora, que me acerco a los 40, que me he puesto a entender con más seriedad qué significa la autoestima y cómo podemos cultivarla. Lo he hecho porque me doy cuenta que recorrer el mundo desde un lugar de seguridad y amor propio es infinitamente mejor que hacerlo desde el miedo y el sentir que no somos suficiente. Te hace más libre. Te permite ser tú misma. Todas nos merecemos esto, pero no a todas nos es natural por las historias de vida que muchas veces no elegimos.
Autoestima Destructiva
Hace poco leía a Terry Real, un terapeuta de familia que se enfoca mucho en el valor de las relaciones íntimas. Para Real, hay múltiples maneras destructivas de entender la autoestima, que de hecho son las que suelen predominar en nuestra sociedad. Se dan cuando nuestra autoestima está condicionada por factores externos en lugar de un sentido de valor intrínseco.
La autoestima productiva: es cuando creemos que nuestro valor depende de lo que hacemos, lo que producimos, los “éxitos” profesionales o académicos que obtenemos. Siento que valgo sólo si tengo el gran título, si cumplo mis objetivos del trimestre, si tengo la promoción que espero. Es natural que todas queramos esas cosas, y que esas cosas a su vez, fortalezcan nuestra confianza y autoestima. Lo que nos lleva a algo destructivo es cuando al no alcanzar estos logros, nos sentimos menos. Es ahí donde nace el perfeccionismo, el deseo de hacerlo siempre todo bien (y no perdonarnos tan fácilmente cuando no lo hacemos), la ansiedad, y la autoexigencia extrema. Sentimos que no producir esos resultados es una amenaza a lo que valemos.
Yo entiendo esto muy bien en teoría pero confieso que tengo que recordarlo todos los días para aplicarlo en la práctica.
La autoestima por lo que tengo: es cuando creo que valgo por lo que tengo. Por mi casa grande, mi carro del año, o cómo me veo. Nuevamente, estas son todas cosas a las que podemos aspirar y de las que debemos poder disfrutar sin culpa si las queremos. El elemento destructivo se da cuando esto ES lo que sostiene nuestro sentido de valor propio. Cuando lo que tenemos se convierte en lo que nos define, y si un día no lo tengo más, no sé quién soy. Es ahí cuando lo material deja de ser una aspiración loable, y se convierte en un estándar que debemos cumplir. Nos hace prisioneras de la comparación, y sinceramente creo que es difícil ser genuinamente feliz desde ahí.
La autoestima por lo que los demás piensan: es cuando vivo a merced de lo que los demás piensan de mí. La mirada que tengo de mi misma depende de la validación externa que reciba. Me siento bien cuando se reconocen mis logros, me siento chiquita cuando alguien piensa mal de mi. Una vez más, es completamente humano que la mirada de los demás nos impacte y nos forme - de hecho es parte de nuestro propio autoconocimiento entender cómo los demás nos perciben. El problema está cuando sólo me siento valiosa si los demás me validan. Es ahí cuando empezamos a adaptar nuestro comportamiento a lo que creemos que los demás quieren. Nos ajustamos para agradar, y actuamos desde el miedo al rechazo o la crítica. Poco a poco nos hacemos dependientes de la mirada de los otros para nuestras propias decisiones, y casi sin darnos cuenta nos vamos desconectando de quién somos.
Entendiendo la verdadera autoestima
Creo que no hay quién se libre de cargar con algo de esto pues somos, como todos los seres humanos, personas imperfectas con crianzas reales. Para mí, el poder está en entender que ahora que soy adulta, puedo desaprender, desafiar y elegir cómo vivir mi amor propio. Puedo trabajar para que mi hija, cuando se tope con alguien que le diga algo hiriente, pueda saber que a pesar de que duele, no cambia quién es ella.
Para terminar, les dejo algunas ideas que intento recordar todos los días para cultivar mi autoestima. He aprendido que tener o no tener autoestima no es una realidad binaria. Es un trabajo constante por irla nutriendo y que vaya creciendo conmigo 🪴.
Estar conectada conmigo misma. ¿Qué me hace “yo”, y cómo no dejo de hacer de eso? Yo, por ejemplo, leo novelas y escribo porque es ahí donde me encuentro.
Atreverme a ser en el mundo. A decir lo que pienso, a ser genuina en los distintos espacios donde me muevo sin dejarme ir en las expectativas de qué esperan otros de mí.
Estar dispuesta a desafiarme. A intentar cosas que me dan miedo porque sé que es ahí donde construyo nuevas capacidades que nutren mi confianza. A la vez, hacerlo sabiendo que si no resultan, no cambia mi valor.
Dejar de juzgar, y no juzgarme. Esto es algo nuevo que quiero priorizar, porque la autoestima también requiere la aceptación propia, y la aceptación de los demás. Esto es sin duda más fácil de decir que de hacer, pero como con todo, ahí vamos 💪🏼.
Un abrazo,
Mariana
En las últimas semanas varias de nuestras lectoras en Travesías me han escrito para saber más de Laboratoria+ y nuestra membresía. La gran Mila de nuestro equipo ha abierto espacio en su agenda para conversar con las que estén pensando en sumarse pero quieran saber más antes o tengan dudas por resolver. Aquí pueden agendar un espacio con ella (¡gracias Mila!).
De hecho se vienen varios círculos de aprendizaje especiales en las próximas semanas:
Transición Laboral con Vanessa Cabrera, empieza el viernes 21 de marzo
De la pausa a la plenitud con Sole Rojas, empieza el 3 de abril
Navegando los retos de liderar equipos con Gabi Rocha, empieza el 25 de abril
Gracias Mari, qué valioso. Tengo mucho camino que recorrer en el punto 3 todavía. Sobre todo cuando alguien piensa algo malo de mi.
Cuánto valor le encuentro a este post. Yo también suelo saber mucho de la teoría pero la práctica cuesta.
Mari, qué lindo leerte y gracias por compartir esto. Me identifiqué mucho con lo que mencionas sobre la autoestima productiva. Me he dado cuenta de cuántas veces he atado mi propio valor a lo que logro, a lo que hago, y cómo eso puede volverse una carga pesada. Como dices, entenderlo en teoría es una cosa, pero aplicarlo en la práctica es un trabajo constante. Estoy en ello, trabajando. Gracias por poner en palabras algo tan real. 💜