La Travesía de hoy la escribe Lola Wong, member y parte de nuestra comunidad en Laboratoria+.
Hoy me encuentro en un avión de regreso a Chile desde Madrid. Soy de las personas que aman la pausa de los aviones y los aeropuertos, sobre todo porque en ese tiempo y espacio suspendidos siento que todo se ralentiza.
Pero debo confesar que no siempre me sentí tan cómoda con las pausas, especialmente aquellas que no decido yo, sino que son impuestas por situaciones que a veces no entiendo. Vivimos en una sociedad que está constantemente acelerada. Hoy, gracias a la perspectiva que me ha regalado la vida, me pregunto: ¿a quién estamos persiguiendo?, ¿por qué queremos ir tan rápido?
Hace 2 años, mi vida cambió de una manera que no imaginaba, dándome grandes lecciones que hoy, desde un humilde lugar, les deseo compartir. Tuve que parar sin querer hacerlo ante el momento más desafiante de mi historia: a los 33 años me dio cáncer de ovarios.
Era inicios del 2022. Me encontraba con un ginecólogo con quién estábamos analizando el proceso de congelar mis óvulos, sin embargo, había llegado a él inicialmente porque me habían encontrado un quiste en el ovario (2do en mi vida). El ginecólogo me sugirió primero una operación para remover el quiste y luego evaluar mi proceso de congelar óvulos. A pesar de mis nervios, estuve de acuerdo y me derivó a un ginecólogo - oncólogo para ello.
Mayo 2022. Abrí los ojos en la cama de la clínica junto a mi doctor. Podía mirar el mar por mi ventana. Estaba adolorida pero estaba ahí. Mientras me daba las noticias sentí cómo recorría en mi cuerpo una sensación de felicidad: estaba viva, pero con el paso de los minutos el sentimiento se empezó a transformar en un dolor profundo en el corazón que aumentaba. El quiste era cancerígeno. Me habían retirado los ovarios y las trompas. Me quedé solo con mi útero.
Hay muchas emociones y sensaciones que podría explicar aquí sobre los días siguientes a la noticia, o sobre todo lo que vino después: la enfermedad, el post-cáncer y los cambios de planes familiares. Pero esta vez quiero concentrarme en algo que no me di cuenta hasta mucho tiempo después: sin decidirlo ni planearlo, estuve en un estado de pausa durante más de seis meses. Una de esas pausas que no te avisan, que simplemente llegan sin invitación y se instalan, donde sientes que no sabes cómo hacerle espacio al paso lento del tiempo en una vida tan agitada, que constantemente te empuja a estar en un estado de productividad y movimiento.
Justo el día que ingresaba a la sala de operación se terminaba mi contrato en la empresa en la que trabajaba en Chile. Mirando atrás, quizás esta fue una señal para vivir la pausa que necesitaba mi cuerpo y mente para recuperarme de la operación. Sin embargo, no fue fácil concedérmela. Apenas tenía un buen día y me sentía “mejor” luego de la operación, mi mente empezaba a inquietarse. Quería hacer cosas en la casa "porque siempre hay algo que hacer". Sentía el ímpetu de buscar trabajo - nunca había dejado de trabajar desde los 18 años y no tener uno, a pesar de estar enfrentando un cáncer, también me generaba extrañes.
¿Quién o quiénes nos habrán enseñado que debemos estar siempre ocupadas? ¿A quién queremos complacer? ¿Por qué es tan fácil empezar a sentir que no valemos si no producimos? Empecé por primera vez a hacerme todas estas preguntas y con el pasar los días, escuchando a mi familia y sintiendo todo su apoyo, empecé a bajar las revoluciones y a prepararme para las quimioterapias.
Durante mi tratamiento, era mi cuerpo quien me “obligaba” a estar en pausa para poder recuperarme de cada sesión, de los días largos y las semanas en cama. El cuerpo es sabio y esa calma me era necesaria. Poco a poco me fue enseñando a sentirme más cómoda con la quietud, con darme el espacio para pasar por cada emoción y dejar que las cosas sucedan.
En la vida de hoy solemos estar continuamente ocupadas, pensando en el trabajo, en cómo mejorar nuestras relaciones con nuestros seres queridos, en nuestros planes a futuro, y a menudo sentimos culpa cuando no estamos haciendo algo que genere un resultado tangible. Incluso muchas veces hasta disfrutamos más pensando en el futuro que sintiendo el presente. Creo que esa culpa a veces proviene de la lucha interna que tenemos como mujeres por seguir haciendo más y por nuestro legítimo deseo de querer conquistar el mundo.
Durante mis meses de pausa, donde había menos ruido en mi cabeza, menos "cosas que hacer", donde podía ver más el cielo o disfrutar de cada sorbo de agua con frutas que mi cuerpo aceptaba, aprendí que estaba creciendo. De hecho me estaba encontrando a mí misma. Todo lo que había pasado en mi vida me había llevado a este momento de pausa para vivirlo en paz.
Después de un tiempo, todo empezó a volver a la normalidad: comencé un nuevo trabajo y la vida volvió a su cauce. Con él también volvió a su vertiginoso ritmo de movimiento y acción. Por suerte, durante mi proceso con la enfermedad analicé mi vida y mis prioridades: ¿cómo quiero vivir mi vida ahora? ¿Qué no quiero hacer de nuevo? ¿Qué me llevo de aprendizaje de este proceso? ¿Cuáles son mis no negociables tanto en mi vida personal como profesional? Estas preguntas y otras más han sido mi ancla desde que retomé mi vida “normal”. Junto a ellas, una de mis lecciones más importantes: SIEMPRE escuchar mi cuerpo. A veces damos por sentado el poder que tiene nuestro cuerpo, pero realmente es muy sabio.
Por otro lado, algo no menor fue el trabajo constante con mi salud mental y mi mente. Esos meses de pausa y de dolor me dieron tiempo para empezar a conocer más mi mente, ver lo fuerte que no sólo era físicamente pero también mentalmente, que la forma en cómo me hablaba venía del amor propio y era cuestión de seguir desarrollando el músculo para disfrutar la calma y seguir conociéndome. Lo que me salvó de volver al torbellino de emociones fue haber vivido esta pausa que me trajo mi enfermedad. Aunque no elegiría el cáncer en mi vida ni en la de nadie, esta experiencia me impulsó a crecer y a ser la persona que soy ahora. Hoy agradezco esa quietud, ese silencio, ese dolor. El cerrar los ojos y ser capaz de atravesar la vida sintiendo cada momento.
Hoy ya no le tengo miedo a vivir despacio, a reducir la velocidad cuando sea necesario, a simplemente estar conmigo misma. De hecho es de ahí donde nace mi crecimiento. Pero no tienen que haber tenido cáncer para recorrer ese camino. Las invito a hacerse estas preguntas también.
¿Cómo quiero vivir mi vida ahora?
¿Cuáles son mis no negociables tanto en mi vida personal como profesional?
¿De dónde viene mi deseo de estar en constante productividad?
¿Tengo miedo a la pausa? ¿Por qué?
¿Estoy presente o vivo en automático?
Estas preguntas me ayudan siempre a tener claridad de cómo deseo vivir mi vida, pero a su vez recordar que el caos no es un problema en sí, es parte natural de la vida. Tenemos que aprender a transitar en ese caos buscando intencionalmente esos momentos de pausa para reconectar con nosotras mismas y con nuestras prioridades. Frente a la productividad, últimamente me hago esta pregunta ¿qué es lo más grave que podría pasar si no lo hago? Muchas veces, la respuesta es nada.
Con el paso del tiempo el músculo se va desarrollando y empezamos a disfrutar esas pausas tanto que hasta las buscamos intencionalmente. Las animo a quedarse quietas mirando el mar de vez en cuando.
Un abrazo,
Lola
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Gracias por compartir Lola. Lo tendré guardado para leer de nuevo cada cierto tiempo y poder hacerme esas preguntas tan importantes. De lo mejor que he leído reciéntemente. Muchas gracias Lola. ¡Un fuerte abrazo!
Lola que hermoso mensaje. Me impacta positivamente que supiste aprovechar ese obstáculo tan difícil e indeseado para llenarte de sabiduría y re evaluar las prioridades en tu vida.
Tu historia es muy inspiradora y justo se la compartí a mi hermana que atraviesa por una situación médica donde no hayamos la fuente de sus malestares.
Fue una fortuna para mí conocerte en el círculo de coaching. Espero leer más de tus historias!
Te mando un fuerte abrazo.